La gestión del actual alcalde de Arequipa vuelve a mostrar su fragilidad institucional con los recientes movimientos en su equipo de confianza. En solo unos días, se han producido tres cambios clave: la salida de Wilder Rodríguez de la Gerencia de Seguridad Ciudadana, reemplazado por Milton Rondón Andrade; el relevo en la Gerencia de Transporte Urbano y Circulación Vial, donde David Hernández Salazar asumió en lugar de Miguel Santa Cruz Ochoa; y la renuncia de Bladimiro López a la Gerencia de Servicios al Ciudadano, aún sin reemplazo definido.
Estos cambios, lejos de ser hechos aislados, confirman un patrón de inestabilidad que ha caracterizado la administración. Cada nuevo nombramiento implica reiniciar procesos, frenar avances y desgastar a la institución, afectando directamente la ejecución de proyectos estratégicos como el Sistema Integrado de Transportes.
En este contexto, la experiencia de profesionales con trayectoria debería ser un activo, no un estorbo. Sin embargo, en el caso de este su servidor —a quien el propio alcalde prohibió declarar a la prensa (presumo que por celos políticos)— revelan una gestión que margina voces técnicas y experimentadas, debilitando la transparencia y el debate público.
Más preocupante aún es la negativa del alcalde a escuchar a personas con mayor conocimiento en áreas críticas. La toma de decisiones parece responder más a impulsos y cálculos políticos que a una visión estratégica de ciudad o solo se limita hacerle caso a su asesora espiritual. Arequipa necesita un liderazgo que valore la continuidad, respete la experiencia y fomente el diálogo abierto. De lo contrario, la factura de esta inestabilidad seguirá pagándose en obras inconclusas, servicios deficientes y oportunidades perdidas para todos los arequipeños. No se gobierna aislando voces críticas ni marginando a quienes pueden aportar. Se gobierna convocando, escuchando y respetando la experiencia.