No solo el sillar, la majestuosidad de nuestras iglesias o el sabor inconfundible de las picanterías nos llenan de orgullo. Los arequipeños también presumimos de un símbolo único: nuestro propio pasaporte.
Aunque sin valor legal, este documento es un emblema de pertenencia que recuerda a todos que la “República Independiente de Arequipa” existe en el corazón de cada mistiano.
Su origen se remonta a la guerra del Pacífico, cuando el presidente Lizardo Montero trasladó la capital del Perú a Arequipa. En ese contexto, se implementó un documento oficial para controlar el ingreso y salida de la ciudad, con un costo de 3 soles con 70 centavos, buscando impedir el paso de espías chilenos. Así nació el nombre que quedaría grabado en la memoria colectiva: “República Independiente de Arequipa”.
Hoy, el pasaporte arequipeño es una pieza de colección y símbolo de historia viva. Está hecho de un material liso con el color estelar de Arequipa: el granate. Su portada tiene al escudo mistiano que es un sello de la importante visita a nuestra ciudad.
El cónsul de esta república es Willy Galdós Frías, por ello nos relata que su versión moderna nació tras su expulsión de Venezuela en 1981.
Inspirado por la anécdota de que una empresa láctea había hecho circular pasaportes como campaña, decidió patentar la idea y desde entonces firma cada ejemplar que se entrega, convirtiéndolo en un documento de orgullo y tradición.
Aunque no tenga validez oficial, el pasaporte arequipeño sigue siendo un tesoro para quienes nacimos bajo la sombra del Misti.
Es un recordatorio de nuestra identidad, nuestra historia y esa inquebrantable convicción que nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos.
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