Es conocida en Arequipa desde tiempo de nuestros abuelos y aun perdura entre los modernos hijos del Misti, la costumbre de saborear en la madrugada del domingo de Pascua de Resurrección, el típico y exquisito “caldo de gallina”. Lo preparaban en todas las casas de la ciudad y especialmente en las picanterías. Hoy día continúa esta costumbre con la diferencia de que el afamado caldo, hoy más que nunca, no tiene sabor de gallina, sino de agua de plumas. En cambio el de antaño era un verdadero potaje capaz de resucitar muertos, tal era la sustancia alimenticia que poseía y sus condiciones vitamínicas.
He de advertir, por si no lo saben ustedes jóvenes de la actual generación que en aquellos pretéritos tiempos hubieron “mataperros” de ingenio, de hidalguía y de valor; y que si alguna de sus fechorías produjo funestas consecuencias, no fue por preconcebida maldad de sus ejecutantes, fue puede decirse un paréntesis en la vida de estos nocherniegos una salida de escape de sus pletóricas energías, pues nadie esta libre de malas horas. Muy por el contrario, les sobraba lealtad y hombría. Así fueron nuestros viejos progenitores.
Con este exordio creo que ya es tiempo que les narre, lo que por el año de 1870 ocurrió en una mañana trágica de Domingo de Pascua, en la casa de la señora X ubicada en la calle de Guañamarca, hoy Rivero, se había improvisado una tertulia de confianza, con el fin de festejar la alegre y significativa fiesta que da termino a los sagrados deberes de todo cristiano cumplidos en Semana Santa.
El salón estaba repleto de mozas garridas y lozanas ataviadas de trajes sencillos y discretos que solo se dejaban ver la punta de su piececito diminuto y delicado y a hurtadillas de los papás escuchaban piropos que las henchían de emoción, dirigidos por apuestos mozos galantes.
Al ritmo insinuante del piano, las parejas, danzaban alternando con sendas copas de vino generoso. La cuadrilla llena de encrucijadas daba motivo para que las parejas de enamorados gozaran de la juventud. La polka y la mazurca hendían con sus notas la risueña y alegre reunión, mientras los bailarines de cepa se deslizaban cadenciosamente sobre la fina alfombra de bruselas marcando rítmicamente los compases de elegante vals.
En un ángulo del salón discutían acaloradamente un grupo de políticos, entre ellos algunos viejos militares que habían tomado parte en combates y otros en revoluciones. Cada cual contaba su historia recordando haber defendido palmo a palmo entre barricadas de carne humana, la integridad de la heroica tierra de Melgar y matizaban la discusión brindando unos por Ramón Castilla y los más por Vivanco.
Eran las dos de la mañana y la dueña de casa debía preparar el caldo de gallina pero tropezó con la dificultad inesperada de la carencia de combustible, en la casa no había ni paja ¡Que descuido! Exclamó la señora X, pero el eco de su protesta fue escuchado pro la tira de galanes jóvenes a quienes el vino les comenzaba a trepar al cerebro. Y a una voz ofrecieron a la dama, buscar el combustible necesario. Y dicho y hecho abandonaron el salón precipitadamente.
Ya calle abajo buscaron por allí y por allá, alguna tienda abierta. Imposible encontrarla. ¡Se quedarían sin caldo! A la razón se hallaron en la esquina de una iglesia. Uno de ellos queriendo resolver el problema exclamó: “Aquí tenemos leña” al mismísimo tiempo que señalaba la cruz colocada en el muro izquierdo del patio exterior de la iglesia. A una voz gritaron: ¡A la obra! Y saltando la reja se introdujeron en el jardín.
Y como lo pensaron lo hicieron… el gallo, los dados y algunos otros símbolos de la pasión que eran de madera fueron arrancados, y todo esto ejecutaron en pocos segundos ante la protesta enérgica de solo uno de ellos. Vanas fueron sus palabras para detener a los amigos que inconscientemente y beodos cometían tan grave sacrilegio. Y cargados de estas preciadas joyas litúrgicas retornaron a la casa. Se internaron en la cocina y prendieron fuego en el viejo fogón consiguiendo relamerse en la madrugada con el suculento caldo de gallina.
Inexorable y como maldición caída del cielo, como rayo mortífero e ineludible fueron tronchadas trágicamente sus vidas, paralitico uno, descuartizado otro, ahogado aquel, desbarrancado este y loco el último.
El único sobreviviente de este espantoso castigo fue el que protestó y no pudo evitar tanta ruindad y que por aquella época tenía el grado de teniente, murió en su lecho tranquilo allá por el año de 1930, en la ciudad de Lima, el Señor Manuel Pío Alcalá después de haber llegado a la clase de General.
Publicado en el diario El Deber en su edición del 7 de abril de 1947
Texto tomado del grupo Hijos del Misti
Escrito por: J.C. Muñiz Alcalá