Cultura

La Ciudad Blanca en ruinas

El recuerdo del terremoto de 1868 bajo el testimonio de la escritora María Nieves y Bustamante. Un aniversario entre lágrimas

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MANUEL TORRES CASTILLO

MANUEL TORRES CASTILLO
redaccion@diarioviral.pe

El 13 de agosto de 1868 se produjo uno de los más destructivos terremotos de nuestra historia. La hermosa Ciudad Blanca quedó absolutamente en escombros. 

Eran aproximadamente las 5:15  de la tarde, cuando la calma se vio alterada por un fuerte remezón, los pobladores despavoridos salieron de sus hogares y reunidos en las calles imploraron la misericordia de Dios, pero sus clamores no fueron escuchados y la intensidad aumentó aún más, los techos y las paredes empezaron a desplomarse. Una densa nube de polvo cubrió a toda la ciudad.

Según el diario “La Bolsa” en su edición del 17, el sismo duró aproximadamente 10 minutos y añade además:”…la hermosa, la risueña, la galana, la bella Arequipa, ya no existe”. 

Las escenas que continuaron al desastre fueron desgarradoras, madres desesperadas buscaban a sus hijos, esposas lloraban a sus esposos que perecieron aplastados, las acequias fueron obstruidas por los escombros, provocando escasez de agua y mayor angustia. 

Al quedarse sin sus hogares, la desamparada población tuvo que acampar en la plaza de Armas, San Lázaro y Miraflores.
El panorama fue espantoso, casi todos los templos de la ciudad se vinieron abajo, uno de los techos del hospital de San Juan de Dios se desplomó matando a decenas de personas.

Aprovechando la caótica situación, algunas personas de mala entraña realizaron saqueos y robos. Se calcula que ocurrieron más de 200 réplicas, que mantuvieron en zozobra a los arequipeños. 

VERSIÓN DE MARÍA NIEVES Y BUSTAMANTE. La célebre escritora arequipeña, fue testigo presencial de estos hechos, al cumplirse 12 años del desastre publicó en el diario “El eco del Misti”, una breve descripción:
Apenas entraba en el segundo lustro de mi vida y una inmensa desgracia vino a sacarme de mi sueño infantil y por primera vez una idea se fijó en mi mente, escuchadme.

Eran las 5 de la tarde, esa hora en que los pájaros saltan de rama en rama y llenan de sus trinos y gorgojeos y llevan la semilla a sus nidos que será su alimento antes que se oculte el sol, en fin, era la hora en que el hombre rendido del trabajo busca en el seno de la familia o de la amistad el apetecido descanso. Arequipa, la ciudad más fuerte del Perú, estaba en perfecta calma.

De improvisto un estremecimiento de tierra puso en alarma a toda la población, las calles se llenan de gente y se dejan oír gritos de “¡Misericordia!”.
Más el movimiento no calma, lejos de eso se vuelve más fuerte, sube por grados, aumenta en un instante, se precipita, ya no es posible tenerse en pie, la tierra parece ondas debajo de nuestras plantas, las puertas y mamparas se chocan y se abren violentamente, los gritos aumentan, se multiplican, ya es uno solo, un supremo grito de ¡Misericordia!, que sube hasta los cielos, en ese momento las paredes se abren y los techos se hunden, todos los edificios se desploman, y las altas torres vienen al suelo con espantoso estruendo.

Una nube de polvo nos deja en la más profunda oscuridad, nada se ve, el terror ha enmudecido todas las gargantas y el polvo ciega y asfixia.

Entre tanto mil dolorosas escenas pasan desapercibidas, acá uno ha sido aplastado por los escombros, allá una mujer espira completamente destrozada, en un lado uno agoniza bajo una pared desplomada y en el otro una madre corre a buscar a su hijo que ha olvidado en la cuna y al salir con el en brazos se desploma la habitación y muere abrazada junto a su niño..... 

Disipado el polvo se podía ver una ciudad en ruinas, a cada nuevo estremecimiento se renovaba los gritos de misericordia, el polvo había secado las gargantas y se buscaba agua en especial para los niños que corrían el peligro de ser asfixiados, pero agua no había.

Las acequias habían sido obstruidas por los escombros y solamente en alguno que otro sitio había un poco de barro líquido, que era forzoso tomar para no ahogarse.

Toda la población huía en grupos más o menos grandes en todas las direcciones, grupos que parecían espectros abandonando sus tumbas, que seres llenos de vida.

En todos los sitios se apreciaba el mismo cuadro, un sacerdote rezaba las letanías delante de un crucifijo iluminado por la luz de una vela que sostenía un niño y la multitud arrodillada respondía con una voz angustiosa con acento indefinible “misericordia Señor”, “ten misericordia de nosotros” y este eco desgarrador se vino a perder en el vacío.

Los estruendos sucedían entre 2 a 5 minutos, y las personas se ponían de pie y volvían sus ojos a la abandonada ciudad que en cuyo centro se miraban resplandores rojos que eran las llamas que devoraban cocinas y boticas llevándose con estas últimas el poco sustento de algunas desgraciadas familias.

Poco después salió la Luna que se ocultaba entre las cenicientas nubes, aun así se logró ver gracias a su pálida luz, a la población dispersa y la ciudad destruida y abandonada.
 

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Diario Viral

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