Escrito por: Yenice Chavez Floroes
Un día como hoy 15 de mayo, en 1903, nació María Reiche, la mujer que cambiaría para siempre la forma en que el Perú y el mundo miran al desierto peruano. Científica de vocación y peruana por elección, Reiche consagró su existencia al estudio, preservación y difusión de las enigmáticas Líneas de Nasca, uno de los patrimonios culturales más importantes de la humanidad
Con estudios en matemáticas, geografía, física, astronomía y pedagogía, políglota y autodidacta, Reiche llegó al Perú en los años 30 desde su natal Alemania. Fue discípula y colaboradora de Paul Kosok, quien identificó las figuras como un gran calendario astronómico. Pero fue ella quien, con paciencia infinita y escasos recursos, se quedó en el desierto para protegerlas del olvido, del paso de los vehículos y de la ignorancia.
Durante décadas, Reiche vivió prácticamente sola en Nasca, limpiando las figuras a mano, tomando mediciones, trazando mapas y levantando hipótesis que dieron proyección mundial a este antiguo legado precolombino. Su trabajo no solo atrajo el interés internacional, sino que impulsó que las Líneas de Nasca fueran declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1994.
Más allá de su aporte científico, el legado de María Reiche es también profundamente humano. Demostró que el amor por una cultura ajena puede volverse parte de la identidad personal. Se nacionalizó peruana, defendió con firmeza el valor del patrimonio indígena y se convirtió en un ícono de la lucha individual por el conocimiento y la conservación.
Reiche falleció en 1998, a los 95 años, pero su huella permanece imborrable. Hoy su figura es sinónimo de entrega, ciencia y cultura. Lleva su nombre un museo en Nasca, una avenida en Lima, un aeropuerto y múltiples instituciones educativas. Recordarla es también una oportunidad para valorar el trabajo silencioso, persistente y visionario que forja país desde la vocación.