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Tiene 18 años de docencia rural en el altiplano

Luz Zambrano dedicó casi dos décadas a enseñar en las zonas más alejadas de Puno. Viajó 37 Km para llegar a su primer colegio, el inicio de una carrera de resistencia

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DIARIO VIRAL

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Cuando Luz Zambrano Cama empezó su carrera de maestra, no imaginaba que pasaría casi toda su vida profesional en zonas rurales. Su primer destino fue una comunidad en la frontera con Bolivia, tan aislada que ningún otro profesor se presentaba allí. “Era joven, recién egresada, sin conocer la zona. Me asignaron una escuela donde nadie quería ir por la lejanía”, cuenta. Para llegar tenía que caminar casi 37 kilómetros, atravesando cerros y pampas donde no llegaban los autos. Allí se quedó a vivir: cocinaba, dormía y enseñaba en el mismo espacio”, recuerda está apasionada maestra. 

Luz Zambrano no ha trabajado nunca en una escuela urbana. Toda su vida profesional ha sido en el campo. ¿Por qué quedarse tanto tiempo? “Porque aquí puedo aportar más”, responde. 
En las zonas rurales, los padres trabajan todo el día. 

“Los niños vienen solos. No es que los papás no quieran ayudar, es que no tienen tiempo”, explica al recordar que como maestra ella cumple lo que siempre se dijo, los maestros son los segundos padres.

Eso la llevó a buscar algo más que enseñar contenidos, tuvo una meta clara: formar estudiantes autónomos, capaces de avanzar sin depender de un adulto. En su aula, nadie espera que le revisen la tarea en casa. Buscan respuestas por sí mismos.

LA ESCUELA Y COMUNIDAD. La maestra Luz no solo ha sido docente, también asumió el rol de directora, donde eso implica ser también secretaria, gestora y hasta auxiliar.  “No hay personal suficiente. Hacemos de todo. Enseñamos y gestionamos al mismo tiempo”, afirma. En algunas comunidades, los profesores son vistos como autoridades. 

“En mi primer año me invitaban a las reuniones comunales. Me pedían opinión para decidir sobre problemas de agua, caminos, hasta conflictos entre vecinos. A veces eres la única persona con estudios en el lugar, y la gente confía en ti”, explica.

Sin embargo, advierte que ese respeto se puede perder cuando los docentes incumplen con su labor. “La comunidad no es tonta. Saben cuándo alguien trabaja bien y cuándo no”.

Riesgos y condiciones extremas.  Ser docente rural es exponerse a múltiples riesgos. Como mujer, la docente Luz ha sentido miedo al trasladarse sola por caminos aislados. “En algunas zonas, la gente me ha esperado o acompañado. Eso te da seguridad”, relata.

Reconoce que ahora hay pequeños avances, como fondos de mantenimiento para las escuelas. “Pero eso no alcanza para resolver los problemas de fondo. La brecha sigue siendo grande”.

Educación e identidad. Vivir en comunidad también significó reconectarse con la cultura andina. La profesora destaca cómo se mantienen vivas las prácticas como el ch’allay, el pago a la tierra, el culto a los apus y a la Pachamama. “Eso en la ciudad ya casi no se ve. Aquí, en cambio, los niños crecen participando, y eso forma parte de su identidad. Es algo que debemos proteger”.

Sin embargo, también enfrentó desafíos lingüísticos. Aunque entiende el quechua, no lo habla fluidamente, y eso dificultó el trato con los padres y adultos mayores. “Uno debería poder comunicarse en el idioma del lugar donde trabaja. Es una muestra de respeto”, afirma.
Su paso por las aulas rurales ha sido marcado por desafíos, cariño y aprendizajes. A quienes recién inician en la docencia rural, les deja este mensaje:

“Que no tengan miedo. Vayan con entusiasmo, con ganas de marcar la diferencia. Las comunidades tienen muchas necesidades, pero también mucho cariño. Si se entregan, van a crecer como personas y como maestros”.

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