Escribe: Sergio Trejo Arroyo
En una mañana bañada por la luz dorada de San Pedro, los presidentes de Estados Unidos y Ucrania, Donald Trump y Volodímir Zelenski respectivamente se encontraron frente al féretro del papa Francisco en una conversación que fue más susurro que diálogo, más expiación que política.
La imagen tenía algo de inconcebible. Apenas dos meses antes, el 25 de febrero de 2025, ambos personajes habían protagonizado uno de los episodios más amargos en la historia reciente de las relaciones bilaterales. Aquella reunión en la Casa Blanca, marcada por acusaciones cruzadas, gestos de desconfianza y promesas incumplidas, había dejado tras de sí un reguero de decepciones y reproches. Zelenski, entonces, abandonó Washington cabizbajo, sin acuerdos concretos, mientras Trump, fiel a su estilo, minimizaba el desencuentro en redes sociales con una ironía punzante.
Era difícil imaginar que esos mismos hombres, envueltos en la electricidad amarga de aquel febrero, volverían a encontrarse, y menos aún en un escenario donde la política parecía quedar pequeña frente al peso de la muerte y la eternidad.
San Pedro los acogió como acoge a todos: con su inabarcable vastedad, con sus mármoles gastados por los siglos, con la sombra casi tangible de la fe. El féretro de Francisco, el papa de los puentes, parecía observar en su silencio final aquel improbable acercamiento. No hubo traductores oficiales, no hubo cámaras, apenas unos pocos testigos que se mantuvieron a distancia, respetando el misterio de lo que allí ocurría.
Trump, con su corbata negra en reemplazo de su roja tradicional, parecía menos el hombre que acostumbra a vociferar que un peregrino accidental ante la evidencia de lo irreparable. Zelenski, vestido de oscuro, más delgado, más demacrado, sostenía la mirada con esa firmeza aprendida en la guerra y en la soledad del poder.
No sabemos qué palabras se dijeron. Hablaron de la guerra que sigue consumiendo Ucrania, tal vez recordaron la amargura de Washington o quizá, simplemente, compartieron un silencio necesario, ese silencio que, a veces, dice más que todos los tratados y declaraciones públicas.
"Dios escribe derecho con renglones torcidos", dice el refrán. Y acaso no haya mayor prueba de ello que esta imagen insólita: dos hombres separados por intereses, orgullo y desconfianzas, unidos — siquiera por un instante— por la gravedad de la muerte, por el susurro insistente de la historia.
Al salir, Trump caminó unos pasos delante de Zelenski. No hubo abrazos ni gestos grandilocuentes. Solo una breve inclinación de cabeza, un gesto apenas perceptible, que, sin embargo, quienes lo vieron entendieron como un reconocimiento mutuo: el reconocimiento de que, a veces, incluso los caminos más torcidos terminan encontrando su dirección bajo las bóvedas impasibles de la eternidad.
La política volverá, inexorable. Volverán los secretos, los enfrentamientos, los intereses cruzados. Pero en San Pedro, entre las columnas que han visto pasar imperios y miserias humanas, quedará suspendido, aunque solo sea como un suspiro, el milagro breve de una posibilidad de paz para un pueblo que lo desangra.