Una imagen clásica de las audiencias papales es la de mujeres vestidas de negro riguroso, con mantilla incluida, al presentarse ante el papa León XIV.
Esta tradición, profundamente arraigada en la etiqueta vaticana, simboliza respeto, modestia y solemnidad ante el sumo pontífice. Sin embargo, hay una excepción llamativa: ciertas reinas católicas pueden vestir de blanco.
Esta excepción se conoce como el “privilegio del blanco” (privilège du blanc, en francés), y está reservado únicamente a unas pocas soberanas católicas de casas reales reconocidas por su devoción histórica a la Iglesia. Entre ellas se encuentran la reina de España y la gran duquesa de Luxemburgo, quienes pueden acudir a las audiencias papales vestidas de blanco, con vestido largo, mantilla blanca y, a veces, guantes.
El uso del negro por parte del resto de mujeres no es un mandato religioso, sino una norma de protocolo basada en siglos de tradición cortesana. El color representa la humildad ante la autoridad espiritual del Papa y sigue vigente en actos formales, aunque en audiencias privadas y tiempos recientes se ha flexibilizado.
Por tanto, mientras que para la mayoría el negro es sinónimo de reverencia, para unas pocas elegidas, el blanco se convierte en un privilegio que refleja una estrecha relación con la Iglesia católica.