Viktor Orbán acumula casi dos décadas de poder ininterrumpido en Hungría. Desde 2010, moldea el país bajo su proyecto de "democracia iliberal", construye una narrativa nacionalista y rechaza la agenda liberal que predomina en gran parte de Europa Occidental. Su estilo directo y conservador cautiva a figuras como Donald Trump y alimenta la admiración de líderes de la ultraderecha europea.
Pero mientras su reputación internacional crece, su poder interno se agrieta.
Peter Magyar, abogado de 44 años y exmiembro del círculo íntimo del Fidesz, irrumpe como un contendiente inesperado. Tras un escándalo que involucra un indulto a un cómplice de abusos sexuales infantiles, Magyar rompe con el oficialismo, denuncia la corrupción estructural del gobierno y conecta con un electorado cansado del sistema.
Su partido, Tisza, ya supera a Fidesz en la mayoría de las encuestas, con una ventaja de hasta 18 puntos porcentuales. Magyar recorre el país sin descanso, señala el deterioro de los hospitales y escuelas, y denuncia los bajos salarios públicos. En cada acto, transmite en vivo por redes sociales y moviliza a miles de húngaros con el lema “¡Ladrillo a ladrillo!”, promesa de reconstrucción nacional.
Orbán, por su parte, recurre a tácticas conocidas: demoniza a las minorías, como la comunidad LGBTQ, y intensifica la narrativa de la amenaza externa. Sin embargo, ni siquiera una ley para prohibir el Orgullo gay consigue frenar las movilizaciones. Entre 100.000 y 200.000 personas marchan en Budapest el mes pasado, desafiando la censura oficialista. Las grietas también afloran en el exterior. Orbán apoya al ultranacionalista George Simion en las elecciones presidenciales rumanas, pero su candidato pierde en segunda vuelta.
En casa, fracasa al impedir el Orgullo y decepciona a sectores clave que antes lo respaldaban. La economía se estanca, la inflación golpea a las familias y el modelo que antes prometía prosperidad pierde brillo. Orbán ya no garantiza mejoras en la calidad de vida, su mejor carta en elecciones anteriores.Aun así, el veterano líder planea presentarse de nuevo en abril de 2026. Apostará, como en 2022, a posicionarse como el defensor de la paz frente a la guerra en Ucrania. Si el conflicto persiste, Orbán usará su cercanía con Putin como promesa de energía barata; si termina, reclamará haber tenido razón antes que los demás.
Sin embargo, el país se polariza. Tisza ya alcanza la misma base electoral que Fidesz, y el resultado dependerá de los votantes indecisos. "Orbán puede movilizar a sus dos millones de seguidores, pero eso ya no basta", afirma el analista Zoltan Kiszelly.
Mientras tanto, la oposición visualiza una batalla por el alma de Hungría. "Estamos en una encrucijada", advierte el activista Robert Puzser. "Podemos avanzar hacia una transición democrática o hundirnos en un sistema despótico".La figura de Orbán, símbolo del nacionalismo europeo, resiste, pero ya no domina. Hungría abre la puerta a una transformación que podría redefinir su futuro político y quizás, el del modelo populista en Europa.