Escrito por: Yenice Chavez Flores
Durante el cónclave en el Vaticano, todos los ojos se posan sobre una pequeña chimenea instalada en el techo de la Capilla Sixtina. De allí saldrá, en su momento clave, una señal que millones esperan con ansias: el humo blanco, símbolo de que la Iglesia católica ya tiene nuevo papa.
Este rito se ha mantenido por siglos y se realiza quemando las papeletas de votación en una estufa especial. Si ningún cardenal obtiene los dos tercios requeridos, el humo es negro. Pero si hay consenso, se mezclan sustancias químicas que hacen que el humo se torne blanco y se eleve en señal de elección.
En 2005, la multitud congregada en la Plaza de San Pedro estalló en júbilo al ver el humo blanco tras la muerte de Juan Pablo II. Ese día fue elegido Benedicto XVI. Años más tarde, en 2013, el mismo ritual anunció la llegada del papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano.
El humo blanco se ha convertido en un ícono mundial. Transmitido en vivo por cadenas internacionales, representa no solo la decisión de los cardenales, sino también un nuevo capítulo en la historia de la Iglesia. En segundos, miles de fieles se congregan para escuchar el anuncio: “Habemus Papam”.
Este momento, cargado de simbolismo y expectativa, es cuidadosamente preparado. Las sustancias usadas para garantizar la visibilidad del humo blanco fueron ajustadas tras confusiones en el pasado, para que el mensaje sea claro: hay nuevo papa.