El silencio de Aldo Ferrini frente a la pregunta más básica del periodista Fernando Llanos—¿se puede vivir con S/600 de pensión?— revela la distancia abismal entre las promesas de las AFP y la realidad de los jubilados.
El debate no es retórico, es humano. Miles de pensionistas sobreviven con montos indignos que los obligan a seguir trabajando. La pensión debería ser seguridad en la vejez, no condena a la precariedad.
La defensa técnica de la rentabilidad pierde sentido frente al drama cotidiano. Ninguna cifra de proyecciones compensa el testimonio de quienes, tras décadas de aportes, descubren que su esfuerzo no garantiza una vejez digna.
La reforma previsional, en lugar de disipar dudas, profundizó el rechazo social. Obligar a jóvenes e independientes a aportar en un sistema que no inspira confianza equivale a consolidar la desafección ciudadana hacia las instituciones.
El problema no radica únicamente en los números, sino en la falta de confianza. Si los voceros de las AFP no responden preguntas básicas, ¿cómo esperar que los ciudadanos entreguen sus ahorros con tranquilidad?
La protesta nacional ejecutada el sábado 13 de septiembre no es un capricho: es la consecuencia lógica de un modelo que priorizó rentabilidad empresarial sobre seguridad social. La calle refleja la indignación que la política previsional no supo atender.
Reconstruir un sistema justo exige reconocer esta verdad incómoda: las AFP han fallado en ofrecer jubilaciones dignas. Mientras la evasiva persista, la indignación se convertirá en exigencia y la exigencia en reforma inevitable.