Empieza una semana de mayor caos vehicular en Arequipa y basta mirar el centro histórico para entenderlo. Congestión total, bocinas, calles bloqueadas y una sensación clara: nadie gobierna el tránsito. Las fiestas navideñas evidencian este problema.
No hay un solo culpable. La responsabilidad es compartida, pero desigualmente. Las autoridades y la Policía de Tránsito tienen mayor obligación, aunque la falta de cultura vial de muchos conductores agrava el problema.
Las pequeñas calles del centro son tomadas como estacionamientos informales. Vías pequeñas diseñadas para dos carriles hoy funcionan con menos de uno, están reducidas por autos, camionetas y camiones mal estacionados.
Paradójicamente, esos mismos conductores exigen orden, pero contribuyen al desorden. Reclaman autoridad, mientras ignoran normas básicas y vuelven Arequipa intransitable por conveniencia personal.
Durante años se dijo que la solución era descentralizar comercio e instituciones. Eso ocurrió, pero sin planificación vial. Las gestiones pasadas y actuales fallaron en diseñar un plan integral de movilidad.
Hoy no existe un plan vial claro. En fechas críticas, como fiestas de fin de año, el caos se tolera con resignación oficial. Se opta por mirar a otro lado antes que intervenir.
La Policía de Tránsito tampoco escapa a la crítica, hay escasa presencia efectiva y quienes intentan ordenar son denunciados; quienes no actúan, pasan inadvertidos.
El dato es contundente: Arequipa tiene cerca de 600 mil vehículos para una población de 1.7 millones de personas. Es decir, un auto por cada 2.8 habitantes, una presión insostenible.
Como advirtió la Cámara de Comercio, ingresaron unos 22 mil vehículos nuevos este año. Sin retirar los antiguos, el sistema colapsa, urgen límites reales.
La crítica no busca comodidad, sino reacción. Las autoridades tienen equipos técnicos. Coordinen, planifiquen y actúen. Porque el caos vehicular ya no es una molestia: es un fracaso de gestión constante.
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