Arequipa siempre se pensó a sí misma desde el suelo. Desde la casa solariega con patio central, la vecindad que se saludaba en la puerta, la esquina como espacio de conversación y la calle como extensión del hogar. Hoy, sin estridencia, pero con contundencia, esa lógica urbana empieza a resquebrajarse. La proliferación de edificios multifamiliares y departamentos no solo redefine el paisaje urbano: está transformando, de manera profunda, la cultura cotidiana de la ciudad.
La vivienda vertical aparece como respuesta práctica a la escasez de suelo, al encarecimiento de terrenos y a la promesa de modernidad. Sin embargo, esta nueva configuración urbana trae consigo un cambio cultural que aún no hemos querido debatir. En los departamentos, el vecino deja de ser conocido y se convierte en presencia anónima; el patio desaparece y con él la conversación compartida; el portón automático reemplaza al saludo. La vida se repliega hacia adentro.
Arequipa, históricamente orgullosa de su identidad comunitaria, comienza a experimentar una cultura del aislamiento. Las relaciones sociales se vuelven funcionales, reguladas por juntas de propietarios y reglamentos internos. Se gana seguridad y comodidad, pero se pierde espontaneidad, memoria barrial y sentido de pertenencia. Este proceso exige políticas urbanas sensibles, arquitectos responsables, ciudadanos participativos y medios atentos que abran debate cultural permanente necesario.
Este fenómeno no es solo arquitectónico. Es simbólico. La ciudad que se eleva también se fragmenta. Los departamentos, muchas veces diseñados sin diálogo con el entorno, replican modelos urbanos ajenos a la tradición local. El resultado es una Arequipa que crece, pero no necesariamente se reconoce en lo que construye.
No se trata de romantizar el pasado ni de oponerse al progreso. La ciudad debe adaptarse. Pero toda transformación urbana debería ir acompañada de una reflexión cultural. ¿Qué tipo de convivencia estamos promoviendo? ¿Qué ciudadanía se forma en espacios donde el encuentro es mínimo y lo común se reduce a pasillos y ascensores?
La Arequipa del futuro no solo se decide en los planos inmobiliarios, sino en la manera en que sus habitantes eligen vivir juntos. La ciudad no es solo cemento: es cultura compartida. Y esa, hoy, también está en juego.
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