Opinión

El Viernes Santo revela nuestra verdad

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LIBERTAD MERMA

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Cada Semana Santa nos enfrenta con preguntas que rara vez queremos hacernos: ¿Cuánto nos parecemos a los personajes que traicionaron, negaron o abandonaron a Jesús? En medio de una sociedad herida por la violencia, la polarización política y la indiferencia espiritual, se hace urgente detenernos a mirar más allá del rito religioso y contemplar lo que realmente simboliza el Viernes Santo. No solo se trata del relato de una muerte injusta, sino del espejo más brutal de nuestra condición humana. Como periodista y creyente, he visto cómo la cultura moderna trivializa el pecado, mientras nos sumerge en el miedo a una muerte sin sentido.  

La pandemia de la covid-19 nos puso cara a cara con ese miedo. Fue una pasión global que, sin quererlo, nos obligó a reconocer lo efímeros que somos. Sin embargo, lejos de transformarnos, muchos volvimos al ruido digital, a las peleas ideológicas y al egoísmo cotidiano. La misma historia de la pasión —con Judas vendiendo, Pedro negando y Pilato lavándose las manos— sigue viva entre nosotros. ¿Dónde están hoy los que, como la mujer de Betania, eligen amar con todo, sin medida ni condiciones? 

Y no solo hablo del ámbito religioso. En la política, el resentimiento se ha convertido en norma; en la Iglesia, la tibieza de muchos líderes y fieles nos duele profundamente. El cuerpo sin vida de Cristo, sostenido por su madre, nos grita desde el fondo del fracaso institucional, recordándonos que no hay estructura que salve si no hay conversión sincera. Hemos confundido la acción social con redención y el activismo con salvación, olvidando que toda transformación nace de un corazón que primero se arrodilla ante el misterio de un Dios crucificado.

El mundo no necesita más gritos ni más divisiones. Lo que realmente necesita es valentía como la de Simón de Cirene, ese varón común que, en medio del caos y la humillación, se atrevió a cargar la cruz de otro. Él no predicó, no discutió, no brilló: simplemente ayudó. Hoy, en medio de tanto egoísmo y orgullo disfrazado de justicia, ese gesto humilde es una llamada urgente. Este Viernes Santo, más que recordar la muerte de un justo, deberíamos preguntarnos si aún somos capaces de hacer el bien, para que la esperanza resurja desde las ruinas de nuestras miserias.

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