El fin de año en Arequipa ha sido, desde tiempos antiguos, un momento de profunda celebración familiar y comunitaria. Las antiguas tradiciones reflejaban el carácter tranquilo y apegado a las costumbres de la ciudad. Entre ellas, se destacaba el compartir en familia alrededor de una mesa con platos típicos como el lechón al horno y el rocoto relleno, mientras que las personas despedían el año con brindis modestos y palabras de gratitud. La plaza de Armas, en su calma nocturna, reunía a quienes deseaban participar en una misa de agradecimiento por el año que culminaba, con el sentido católico arraigado en el corazón arequipeño.
Sin embargo, en el siglo XXI, muchas de estas costumbres han evolucionado bajo la influencia de la globalización y la modernidad. Si bien el espíritu de unión familiar se mantiene, las cenas tradicionales ahora coexisten con influencias de platillos internacionales y el consumo de alimentos rápidos. En lugar de reuniones pequeñas y modestas, las fiestas de Año Nuevo se han convertido en eventos masivos, con fuegos artificiales, música a gran volumen y celebraciones que se extienden hasta la madrugada en discotecas y restaurantes de moda.
Las supersticiones también han cambiado. Antes, bastaba con un brindis sencillo para atraer buena suerte. Hoy, la ciudad se llena de maletas que desfilan por las calles a medianoche, buscando augurar viajes, y las prendas de color amarillo, según se cree, aseguran prosperidad. Estas nuevas tradiciones, aunque divertidas, a veces parecen desconectarse del sentido profundo de gratitud y reflexión que caracterizaba a las celebraciones antiguas.
El Arequipa actual no ha perdido su esencia, pero sus costumbres de fin de año han mutado, reflejando una mezcla entre lo tradicional y lo moderno. En esta ciudad, donde la historia y la modernidad coexisten en armonía, el desafío es preservar el valor de lo antiguo, mientras abrazamos los cambios del nuevo siglo.