Arequipa no es una ciudad para tibios. Nuestra historia está escrita con sillar y sangre, con revoluciones y con una identidad que no acepta el “ahí vamos” como respuesta. Sin embargo, semana tras semana, los arequipeños asistimos a un espectáculo de improvisación y silencio desde el sillón provincial que ya no solo preocupa, sino que indigna.
Hace unos días, un buen amigo me enviaba un mensaje que resume perfectamente el sentir de la calle: “La indiferencia mata las pasiones, la empatía devuelve la fe”. Y cuánta razón tiene. La gestión actual parece haber optado por la indiferencia como estrategia de supervivencia. Se muestran indiferentes ante el caos de la plataforma comercial Andrés Avelino, indiferentes ante la inseguridad que nos quita la paz en nuestras propias puertas e indiferentes ante un transporte que nos roba horas de vida cada día.
Gestionar no es sentarse a esperar que los problemas se resuelvan por inercia o por un “milagro” del Misti. Gestionar es tener el Carácter para tomar decisiones, aunque sean impopulares en el corto plazo, pero beneficiosas para el futuro. El arequipeño es, por definición, un hombre de retos. Somos gente de disciplina, respeto y estrategia. Por eso, nos duele ver una ciudad que parece ir a la deriva, liderada por quienes parecen más preocupados por la foto o por intereses ajenos que por el bienestar del vecino que camina por el Centro Histórico.
Arequipa no puede ser un experimento para quienes vienen con discursos importados o para quienes, aun habiendo nacido aquí, han perdido la conexión con su gente. La empatía de la que hablaba mi amigo es el ingrediente que falta en la administración municipal: esa capacidad de sentir el hueco en la pista como si fuera en el jardín de tu casa, de sentir el miedo del ciudadano como si fuera el de tu propio hijo.
Como decía un conocido personaje: “¡La fe es lo más lindo de la vida!”. Pero en política, la fe se sustenta en obras y en pantalones bien puestos. No basta con pedirle fe al ciudadano si la autoridad no le devuelve resultados. Mi compromiso es y será siempre con esa Arequipa que no se rinde. Porque para recuperar nuestra grandeza, no necesitamos más políticos de cascaron, necesitamos arequipeños con la visión clara y el corazón puesto en cada calle de nuestra ciudad.
Es momento de que el León despierte de su letargo administrativo. La indiferencia ha tenido su oportunidad y nos ha fallado. Ahora toca el turno del orden, de la estrategia y, sobre todo, del carácter. ¡Arequipa se respeta, carajo!