La partida del padre Zacarías Kumaramangalam marca el final de una era de servicio incansable y amor desinteresado en Arequipa. Su historia es un recordatorio de que la verdadera misión de un líder espiritual trasciende las barreras del idioma, la cultura y las fronteras geográficas. Desde su llegada a la Ciudad Blanca en 1994, este sacerdote indio no solo asumió la responsabilidad de pastorear a las comunidades, sino que también dejó una impronta de empatía y compromiso en cada parroquia que lideró. Su vida es un ejemplo viviente de cómo el amor por el prójimo puede ser el idioma universal que une a las personas.
El padre Zacarías no solo se destacó por su devoción religiosa, sino también por su capacidad de liderazgo. Como rector del santuario de la Virgen de Chapi de quien era su mayor devoto, se convirtió en un faro de esperanza para miles de fieles, demostrando que la espiritualidad no está reñida con la acción social. En un mundo que muchas veces parece ensimismado en sus propios problemas, su ejemplo de servicio nos recuerda la importancia de volcar nuestras energías hacia los demás. Su decisión de formar a un sucesor como el reverendo Samuele Patat es otra prueba de su visión y dedicación a la continuidad de su obra.
Hoy, mientras Arequipa despide al padre Zacarías, la ciudad también reflexiona sobre el poder transformador de su legado. En tiempos donde el individualismo parece reinar, historias como la suya iluminan el camino hacia una sociedad más solidaria y compasiva. Su partida nos deja un desafío: llevar adelante su misión de amor y servicio, no como un acto excepcional, sino como una práctica diaria en nuestras propias comunidades. Porque, como él mismo demostró, las grandes transformaciones comienzan con pequeños gestos de amor.
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