En un mundo donde el consumismo parece dictar las reglas del juego, la Navidad ha ido perdiendo su esencia. Las luces, los regalos y las fiestas, aunque atractivos, se han convertido en protagonistas, dejando en segundo plano al verdadero motivo de celebración: el nacimiento de Jesús. Es necesario detenernos y reflexionar sobre lo que esta fecha realmente significa. La Navidad es, ante todo, un llamado a recordar que el amor, la fe y la esperanza son los pilares de esta festividad, valores que trascienden lo material y nos conectan con lo más profundo de nuestra humanidad.
El mensaje de Jesús cobra hoy más vigencia que nunca. En medio de una sociedad marcada por la indiferencia y el individualismo, su llegada nos invita a cambiar nuestra perspectiva y mirar hacia el prójimo. No se trata solo de compartir bienes materiales, sino de regalar tiempo, gestos y palabras que sanen corazones heridos. Este es un tiempo de reconciliación, de abrirnos al perdón y de convertirnos en agentes de paz en nuestras comunidades. Así, podemos hacer que la Navidad deje de ser un evento pasajero y se transforme en un motor de cambio en nuestras vidas.
Como periodista, he sido testigo de cómo las tradiciones pueden vaciarse de contenido si no nos esforzamos por preservarlas. La Navidad no es solo un recuerdo histórico, sino un acontecimiento vivo que nos invita a reorientar nuestro camino. ¿Qué tal si este año, en lugar de dejarnos absorber por las campañas comerciales, buscamos la forma de vivir esta fecha desde su esencia? Volvamos al pesebre, donde un humilde niño nos enseñó que el verdadero poder radica en el amor. Porque sin Jesús, la Navidad pierde su significado, y con él, la esperanza renace en cada uno de nosotros. ¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!
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