Cuarenta años después, Ayacucho sigue siendo escenario de juicios, pero también de memorias que duelen. Esta semana, la justicia peruana decidió iniciar el proceso oral contra tres militares acusados de un crimen atroz ocurrido en marzo de 1985: el asesinato de una familia completa —padres y cuatro hijos, el menor de solo un año— en la comunidad de Chungui, La Mar. Los acusados, Wilfredo Mori Orzo, Said Amand Pinedo y Félix Neri Aguilar, enfrentan cargos por delito de lesa humanidad. Según la Fiscalía, ordenaron estas ejecuciones bajo una política de “aniquilación del enemigo” en la guerra contra Sendero Luminoso.
El caso no es uno más. Involucra al general Wilfredo Mori, el mismo que fue condenado en 2016 por la masacre de Accomarca, donde 69 campesinos —en su mayoría niños y mujeres— fueron asesinados. A pesar de la sentencia, sigue prófugo y figura en el programa de recompensas del Ministerio del Interior. También está Said Amand Pinedo, conocido como “Mayor Samuray”, señalado en los informes de la Comisión de la Verdad y Reconciliación como uno de los más violentos jefes militares de Chungui. El tercero, Félix Neri Aguilar, fue acusado por secuestrar a un niño huérfano tras los asesinatos cometidos en la zona.
Más allá de los nombres, el juicio recuerda una verdad incómoda: el terrorismo no solo destruyó pueblos, también rompió almas. En esos años oscuros, el miedo convirtió a compatriotas en enemigos, y la violencia —venga del lado que venga— dejó heridas que el tiempo no logra cerrar. Hoy, cuando algunos congresistas impulsan leyes de amnistía o relativizan las violaciones a los derechos humanos, conviene recordar que sin justicia no hay reconciliación posible. Olvidar sería repetir.
El Perú necesita mirar su pasado sin miedo, pero con responsabilidad. No para revivir el dolor, sino para aprender de él. Los jóvenes deben conocer lo que ocurrió, porque en su memoria está la garantía de que nunca más un Estado o un grupo armado tenga el poder de decidir quién merece vivir y quién debe morir. Las heridas de Ayacucho aún sangran, pero nombrarlas es el primer paso para que, algún día, empiecen a sanar.