El abogado peruano Diego García-Sayán, quien fue presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, escribió una columna para el diario El País de España, donde resalta cómo fue la lucha constante del papa León XIV cuando estuvo en Perú. Por ejemplo, destaca que la elección de Robert Francis Prevost como papa representa mucho más que un hito eclesiástico. Su historia de compromiso con la justicia, la defensa de los derechos humanos y la vida —particularmente durante el régimen autoritario de Alberto Fujimori en Perú— lo convierte en un símbolo poderoso de coherencia ética.
Cuando muchos callaban por miedo o conveniencia, Prevost alzó la voz, rechazó la pena de muerte y acompañó a las víctimas del conflicto armado interno con profunda humanidad y valentía cristiana.
Su opción pastoral no se limitó a las palabras. Estuvo al lado de figuras clave como el padre Hubert Lanssiers, luchando por la liberación de personas injustamente condenadas bajo leyes antiterroristas deshumanizantes. Durante la transición democrática de 2000–2001, apoyó en las reformas institucionales y la labor de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, facilitando el acceso a testimonios desde su rol en la Conferencia Episcopal. Su actuar fue guía y respaldo para quienes apostaban por una justicia con rostro humano.
Hoy, en un contexto mundial de crisis autoritarias, desigualdades crecientes y discursos de odio, el liderazgo de León XIV puede servir de faro. Su vida demuestra que la fe auténtica no se refugia en los templos, sino que se convierte en acción solidaria, en defensa firme de los derechos fundamentales. Para el Perú y América Latina, su figura es memoria viva de una etapa de dolor y también una promesa de esperanza. Porque evangelizar, en su sentido más profundo, es recordar que cada ser humano es imagen de Dios y merece justicia, dignidad y verdad. Y hoy, más que nunca, necesitamos pastores que no teman mojarse los pies por los más olvidados.
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