La semana pasada adelantábamos la idea que las fiestas decembrinas peruanas de los últimos 6 años han estado marcadas por todo menos paz, unión y amor. La política ha reemplazado a la Navidad y este año no podía ser la excepción. Hace 2023 años nació Jesucristo, esta semana renació Alberto Fujimori. Ex dictador fue puesto en libertad por orden de un Tribunal Constitucional muy cuestionado y que es producto de un Congreso desprestigiado. En este contexto, en el que se mezclan las fiestas de navidad con la liberación de un criminal, ha salido a la palestra el tema del perdón.
No soy filósofo, pero desde este punto de vista, el perdón implica un proceso complejo que combina la empatía, la renuncia a la venganza y la búsqueda de soluciones constructivas para sanar las heridas emocionales y restaurar la armonía en las relaciones humanas. Tampoco soy sacerdote católico, para quienes el perdón es un principio moral y espiritual que se entrelaza con la compasión, la misericordia y la búsqueda de paz interior y armonía con lo divino y con los demás.
Todo lo anterior se lee muy bonito y es muy deseable; sin embargo, como sociólogo tengo la necesidad y obligación de evidenciar lo que realmente sucede en la realidad, ¿merece el dictador el perdón? ¿quién o quiénes deben otorgar el perdón? Para lograr el perdón, desde el punto de vista sociológico, se debe pasar por 3 etapas: en la primera, es necesario que el ofensor asuma la responsabilidad de sus acciones y demuestre un genuino arrepentimiento, cosa que por cierto Fujimori nunca ha aceptado. La segunda etapa es el proceso mismo de solicitar, de pedir perdón a las víctimas de dicha ofensa, situación que tampoco se ha producido por parte del dictador.
Finalmente, y más importante aún, no basta con que el ofensor reconozca su falta y pida perdón; son las víctimas, en este caso los familiares de los asesinados en Barrios Altos y La Cantuta, quienes tienen que perdonar a Fujimori, ellos y nadie más que ellos. No voy a discutir si está bien o mal que los familiares de las víctimas sean o no rencorosos o si son o no humanitarios o si se conmueven o no con un supuesto “anciano y enfermo”, lo cierto es que, si ellos no desean perdonar al responsable de la muerte de sus familiares, ¿quiénes somos los demás para obligarlos? El ser víctimas les da ese derecho. La transgresión a estos principios sociales trae serias consecuencias a la sociedad.
Sociológicamente hablando, el perdón es también un proceso social que influye en las dinámicas colectivas, las relaciones comunitarias y la forma en que una sociedad maneja los conflictos y las transgresiones. Se podrá perdonar, probablemente sí; sin embargo, lo que no está permitido es olvidar.