La vida en este mundo no está exenta de dificultades y sufrimientos, algunos tan duros que, si no los vivimos en la fe, nos pueden llevar a creer que, si seguimos así, la felicidad nos será inalcanzable. Entonces nos puede suceder lo que dijo hace unos años el Papa Francisco: «nos afanamos buscando soluciones para encontrar algún espacio en el que emerger, para acumular bienes y riquezas, para obtener seguridades; y terminamos viviendo en la ansiedad y la preocupación constante» (Angelus, 7.VIII.2022). Nos puede suceder también que, en la medida en que vamos tomando consciencia de la precariedad de nuestra vida en este mundo, nos surja la pregunta que en más de una ocasión le hicieron a Jesús: ¿qué he de hacer para tener vida eterna? (Lc 10, 25; Mt 19,16). Las palabras de Jesús en el evangelio de este domingo nos revelan lo que, en el fondo, todo corazón anhela: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino» (Lc 12,32). Poco antes de decirlas, Jesús había enseñado a sus discípulos a llamar Padre a Dios. En la misma línea, unos años más tarde san Pablo escribirá a la comunidad cristiana de Roma: «no han recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un Espíritu de hijos, en el que clamamos ¡Abbá, Padre!» (Rom 8,15).
Palabras todas dirigidas a los cristianos de entonces y de todos los tiempos, que nos llenan de alegría y esperanza: el diseño de Dios no es que seamos huérfanos deambulando en este mundo en búsqueda, cada uno a su manera, de una felicidad que no terminamos de alcanzar. El diseño de Dios es que lo acojamos como Padre y que comencemos a vivir el Reino de los Cielos, ya desde este mundo y en toda su plenitud cuando nos toque partir de acá. Para ello, Jesús nos da algunas indicaciones, a dos de las cuales quisiera referirme ahora: «Tengan ceñida su cintura y encendidas las lámparas. Estén como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame» (Lc 12,35-36).
Ceñirse la cintura, es decir ajustarse la túnica (vestimenta de esa época) con un cinturón, es la misma indicación que Dios dio al pueblo de Israel para que estén listos para partir de Egipto la noche en que Él iba a pasar liberándolos de la esclavitud del faraón (Ex 12,11). Al decirnos, “tengan ceñida su cintura”, Jesús nos invita a estar siempre atentos a su paso en nuestra vida y listos para seguirle en la historia que nos pone delante, sirviendo a los demás. Como hace unos días ha dicho el Papa León: «también nosotros estamos invitados a preparar la pascua [el paso] del Señor…que el Señor nos conceda ser humildes preparadores de su presencia» (Angelus, 6.VIII.2025). Para eso hace falta tener “encendidas las lámparas”, es decir, estar en vela y tener suficiente aceite, para que no nos vaya a pasar lo que a esas “vírgenes necias” de las que habla Jesús en otra parte del evangelio, que se quedaron dormidas, se les terminó el aceite y no pudieron entrar en el Reino de los Cielos (Mt 25,1-13). El aceite es el símbolo del Espíritu Santo. En síntesis, el evangelio de este domingo nos invita a no dejarnos aprisionar por los bienes materiales, en gran parte ilusorios, y a tender siempre hacia lo alto. (Benedicto XVI, Angelus, 12.VIII.2007).