La advertencia de la Contraloría sobre Nasca no es nueva, pero sí más grave. Hablar de riesgo crítico implica aceptar que el Estado está fallando en proteger patrimonio irremplazable.
Las Líneas de Nasca, los geoglifos de Taruga y el sitio Los Paredones sufren erosión, lluvias intensas, ocupaciones informales y abandono. No es solo un problema natural, es una gestión deficiente.
El informe revela que las lluvias activaron quebradas previsibles. El cambio climático agrava el escenario, pero la ausencia de obras preventivas, monitoreo constante y mantenimiento oportuno multiplica el daño.
La ocupación informal dentro de áreas intangibles expone otra debilidad estructural: el Estado llega tarde. Desalojos parciales, resistencia social y falta de vigilancia perpetúan el riesgo sobre zonas protegidas.
En los Paredones, el deterioro por fisuras, grafitis y desmonte evidencia desprotección básica. Un sitio arqueológico sin cerco ni vigilancia es una invitación al daño permanente.
Existe un plan de gestión para Nasca, pero no se ejecuta por falta de presupuesto. Un planificación sin recursos es solo un documento, no una política pública efectiva.
La Contraloría también advierte fallas de coordinación interinstitucional. Cultura, gobiernos locales y otros sectores no actúan de forma articulada, debilitando cualquier intento serio de conservación sostenible.
Proteger Nasca no es solo conservar piedras y líneas: es resguardar identidad, turismo y memoria histórica. La omisión estatal tiene costos culturales, económicos y simbólicos que el país no puede seguir pagando.