Opinión

Por una iglesia de la escucha

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DIARIO VIRAL

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Desde el 4 hasta el 29 de octubre se ha celebrado en Roma la primera sesión de la asamblea general del Sínodo convocado por el Papa Francisco con el título “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. 464 personas provenientes de los cinco continentes, la mayoría de ellos obispos, pero también sacerdotes, miembros de comunidades de vida consagrada y laicos, varones y mujeres, además de invitados que no forman parte de la Iglesia Católica, han dedicado cuatro semanas a reflexionar y dialogar, en ambiente de oración y de escucha al Espíritu Santo, sobre el mejor modo en que la Iglesia está llamada a desempeñar su misión en esta etapa de la historia. Al concluir, los participantes han publicado una Carta al Pueblo de Dios en la que comparten de modo sucinto la experiencia vivida durante esas semanas y algunas de las conclusiones a las que han llegado.

Entre esas conclusiones destaca la afirmación de que «la vocación de la Iglesia es anunciar el Evangelio, no concentrándose en sí misma sino poniéndose al servicio del amor infinito con el que Dios ama al mundo (cfr. Jn 3,16)». En efecto, Jesucristo no ha fundado la Iglesia como un fin en sí misma, cerrada en sí misma, sino para la misión de hacer presente el amor de Dios a todos los hombres – varones y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos – independientemente de que ellos crean o no en Dios y de que lleven o no una vida conforme a la voluntad de Dios; porque el amor de Dios es infinito y no hace excepción de personas sino que, como dice Jesús en el Evangelio, «hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos» (Mt 5,45). Ese amor que los cristianos recibimos gratuitamente «debe seguir siendo siempre el corazón ardiente de la Iglesia, amor trinitario y eucarístico», nos recuerdan los miembros del Sínodo y, citando al Papa Francisco, nos dicen también que, para hacerlo creíble, se requiere que en la vida de la Iglesia se promueva la participación real de todos y cada uno de sus miembros.

La misión de la Iglesia, entonces, requiere la participación de los obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos, de ambos sexos, tanto en el anuncio del Evangelio, la catequesis y la realización de obras de caridad, como en los procesos de discernimiento y toma de decisiones. Para ello, todos necesitamos escuchar a Dios a través de su Palabra, así como en la oración y en los signos que Él nos envía a través de la historia, pero también escucharnos unos a otros y «absolutamente escuchar a todos…[incluidos] aquellos que no tienen derecho a la palabra en la sociedad o que se sienten excluidos, también de la Iglesia», nos sigue diciendo la Carta al Pueblo de Dios. No se trata de una escucha tipo referéndum para hacer lo que diga la mayoría, pero sí de escuchar a todos con una mentalidad y corazón abiertos a aquello que el mismo Dios eventualmente nos quiera decir o hacer notar a través de personas que no piensan como nosotros y ven las cosas desde distintas perspectivas. Como dijo hace unos años el Papa: «El mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión» (17.X.2015).

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