Arequipa es una ciudad que respira una belleza serena, casi orgullosa, pero que en su interior guarda una memoria silenciosa: la memoria de los sismos. En noviembre, cuando el año parece calmarse y la ciudad se recoge bajo el cielo gris, esa memoria vuelve a sentirse. No hace falta un temblor para recordarlo, basta observar las paredes de sillar, los muros reforzados, las calles estrechas del centro histórico o incluso la manera particular en que los arequipeños hablan del Misti, con respeto, con cariño, pero también con la conciencia de que la tierra nunca está del todo quieta.
La cultura arequipeña se ha construido sobre esta fragilidad latente. La ciudad entera es testimonio de cómo se convive con el movimiento sísmico, no como amenaza, sino como una presencia que forma carácter. Cada generación tiene su propio relato: el terremoto del 58, el 2001, o los más recientes que solo asustan un rato. Los arequipeños crecieron escuchando historias de casas que se cayeron, iglesias que se partieron, vecinos que durmieron afuera, madres que guardaban víveres por si acaso. No es paranoia; es memoria cultural.
Esa memoria también ha moldeado comportamientos más profundos. El arequipeño valora la estabilidad, planea con prudencia y observa con recelo todo cambio brusco. Hay una cultura del mejor prevenir, que va desde reforzar viviendas hasta guardar documentos por si pasa algo. Incluso la arquitectura habla de esta convivencia: el sillar no solo embellece; amortigua. Las calles no solo ordenan; contienen. Las iglesias no solo celebran; sobreviven.
Pero lo más importante es cómo esa fragilidad compartida ha generado comunidad. Tras cada sismo, Arequipa se une. Se mira a los ojos. Se reconoce vulnerable. Y en esa vulnerabilidad encuentra identidad. La solidaridad de barrio, la costumbre de preguntar ¿sentiste? o la rapidez con la que se ayuda a levantar lo caído forman parte del tejido cultural que distingue a esta ciudad.
Arequipa ha aprendido a vivir entre la firmeza de sus montañas y la inestabilidad de su suelo. Esa tensión la ha hecho fuerte, resiliente y profundamente humana. Los sismos no solo han movido la tierra; han movido su manera de entender el mundo.