Chumbivilcas no quiere más heridas. En una tierra marcada por el olvido estatal y la resistencia minera, la advertencia lanzada por el Frente de Defensa retumbó con fuerza: si un solo minero artesanal es reprimido o muere por acción policial, el corredor minero de Las Bambas será cerrado de forma definitiva. La amenaza flota en el aire como polvo de cobre, cargada de frustración y memoria colectiva.
En medio de esa tensión, el general Julio César Becerra, jefe de la Región Policial Cusco, eligió el camino del diálogo. “No queremos conflictos de ningún lado”, afirmó con tono firme, pero sereno. Desde hace doce días, la PNP mantiene operativa la vía, en doble sentido, gracias a acuerdos con los mineros. “Ellos están permitiendo el paso. Nos hemos comportado con altura”, añadió. La frase no es retórica; en el sur andino, el respeto vale más que los discursos.
Para los jóvenes de la región, la paz no es una consigna: es una necesidad. Cada bloqueo, cada represión, cada herido, es una cicatriz más que aleja las oportunidades. Por eso, el mensaje de la Policía resulta crucial: habrá orden, pero no represión. “Actuaremos con respeto hacia los mineros artesanales, sin afectar el libre tránsito”, reiteró Becerra, consciente de que el país observa.
El corredor minero es más que una ruta comercial; es una línea vital que conecta al Perú con sus contradicciones. Allí convergen la riqueza mineral, el abandono histórico, la dignidad campesina y la promesa de desarrollo. En ese cruce, cada gesto cuenta, y la calma sostenida por acuerdos frágiles vale más que cualquier operativo.