No sabía cocinar, pero la vida la empujó al fuego. Hace 44 años, Isolina Vargas abrió las puertas de La Red en Miraflores con cuatro hijos, un pequeño local y una voluntad inquebrantable. “Fue por necesidad. Tenía cuatro hijos que sacar adelante… No sabía cocinar, pero me metí a la cocina desde el primer día y aprendí viendo y practicando”, recuerda.
De niña, vivía en una casona del jirón Quilca donde “las niñas no entran a la cocina”. Aun así, observaba en silencio cómo su tía preparaba postres. “Todos los días tenía que haber un postre en casa: mazamorra morada, budín, arroz con leche, galletas o queques. A mí me gustó mucho eso y desde muy chica aprendí a hacer postres”, cuenta Isolina, quien convirtió aquella curiosidad infantil en su mayor legado culinario.
Hoy, con 84 años, sigue picando cebolla, preparando dulces y reuniendo a sus hijos cada martes y viernes. “Es mi vida. Incluso los días que no vengo a La Red, cocino en casa. Mi hobby es picar cebolla (ríe). Me encanta que disfruten lo que cocino”, dice con la serenidad de quien sabe que su sazón ya forma parte de la memoria limeña.
Su hijo, el reconocido chef José del Castillo, confiesa: “Mi primer referente es mi mamá, mi mejor referente es mi mamá. Lo que sé en la cocina lo aprendí de ella, incluso hasta hace poco seguíamos corrigiendo cosas juntos”. Por eso, cuando abrió su propio restaurante, no dudó: “Debía llamarse Isolina. Es un homenaje a ella y a toda su trayectoria como cocinera”.
“La cocina es generosidad, humildad y mucho amor”, resume Isolina. Palabras que resumen una vida dedicada a transformar la adversidad en arte. En cada plato servido en La Red, hay una historia de esfuerzo, familia y sabor peruano.