Perú

José de San Martín jura patria entre sombras

Intrigas, pactos y símbolos marcaron el inicio de la independencia del Perú

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DIARIO VIRAL

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Hay fechas que parecen estar hechas para la postal. Banderas al viento, próceres de mármol, discursos que se repiten sin fisura. Pero, como suele suceder con los grandes días, detrás de las imágenes oficiales se agazapan los secretos, los pactos bajo la mesa, las tensiones que no llegan a los libros de texto. 
La proclamación de la independencia del Perú en 1821 fue, al mismo tiempo, un acto solemne y un drama humano de proporciones épicas, cruzado por gestos heroicos, traiciones silenciosas y símbolos que aún nos interpelan. Esta es la otra historia del 28 de julio. La historia no contada.

BANQUETE AMARGO: PLATOS SIN LIMÓN Y BRINDIS TRUNCOS. El banquete que siguió a la proclamación fue un desfile de paradojas. En el Palacio de los Virreyes —ese mismo que días antes albergaba a la nobleza leal al Rey— se sirvió un lomo español que San Martín rechazó con gesto altivo. Pidió ceviche, pero no había limón: los productores de Cañete, aún leales a Fernando VII, habían retenido los cargamentos. Hasta la gastronomía tomó partido.
Cuando el Conde de la Vega del Ren intentó brindar por el Rey, su copa fue tajada al vuelo por un sable patriota. El brindis quedó en el aire, igual que el equilibrio político del nuevo Perú. Porque mientras los brindis se multiplicaban, las traiciones no se detenían: tres firmantes del Acta enviaron emisarios al Cusco con mensajes ocultos, y el alcalde de Lima fue sorprendido quemando documentos en su jardín trasero. La traición tenía múltiples acentos.

EL PADRE DE LA PATRIA DUDA EN SU DIARIO. Esa noche, en la intimidad de su cuaderno, San Martín dejó constancia de su incertidumbre. El diario, hallado años después en Bruselas, no miente:
“Hoy he dado a luz una nación que no sabe si quiere nacer. Estos nobles firmaron por miedo, estos sacerdotes por conveniencia, y estos pobres por hambre. Solo los negros libertos gritaron con alma verdadera. ¿Será suficiente?”
La pregunta retumba dos siglos después. La independencia fue declarada, sí, pero no consolidada. Esa noche, mientras las copas se vaciaban en Lima, el ejército realista reorganizaba sus fuerzas en la sierra. La guerra seguía. La libertad apenas daba sus primeros pasos, con vendajes.

A MEDIO CAMINO ENTRE LA GLORIA Y LA DUDA. Hoy, a 204 años de aquel día, conviene mirar más allá del bronce. Recordar que la independencia no fue un acto puro, sino una construcción a tirones, plagada de contradicciones. Que hubo heroísmo, sí, pero también cálculo, miedo, resistencia. Que el Perú no nació de una sola voluntad, sino de una suma de temores, intereses, corajes y silencios.
Y que entre los muchos olvidados de la historia, vale la pena recordar al prior dominico arequipeño Fray Vicente de Cavero, que estuvo donde el arzobispo se negó a estar. Que sostuvo el acto religioso sin miedo, sin ostentación y sin recompensa. Como tantos otros patriotas anónimos.
Porque la independencia del Perú no fue un milagro ni una obra cerrada. Fue, y sigue siendo, un proceso. Una bandera que se cose mientras flamea. Una jura que cada generación debe volver a hacer, esta vez, con menos miedo y más verdad.

¡Viva el Perú libre! Y que la historia siga contando lo que aún no se ha dicho.

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