Con la llegada del fin de año, calles, mercados y hogares del país se transforman en escenarios cargados de simbolismo. El amarillo domina vitrinas y atuendos, mientras miles de personas acuden a centros comerciales y ferias populares en busca de amuletos, velas y elementos que representen prosperidad, salud y abundancia. Más que una costumbre, las cábalas de Año Nuevo se consolidan como una expresión cultural profundamente arraigada en la sociedad peruana.
Entre las tradiciones más extendidas destaca el uso de ropa interior amarilla, asociada a la buena suerte y la prosperidad económica. En paralelo, el rojo simboliza el amor y la pasión, y el verde la esperanza y la estabilidad. Estas prácticas, heredadas y resignificadas con el tiempo, se repiten año tras año como una forma de proyectar deseos y renovar energías frente a un contexto social marcado por la incertidumbre.
Los rituales gastronómicos y simbólicos también ocupan un lugar central. Comer doce uvas a la medianoche, una por cada mes del año, representa la esperanza de cumplir metas personales; mientras que llevar lentejas o monedas en los bolsillos busca atraer prosperidad económica. A ello se suma la tradición de salir con una maleta para atraer viajes y nuevas oportunidades, gesto que se ha convertido en uno de los más visibles en calles y barrios del país.
Otras prácticas, como los baños de florecimiento con hierbas, flores y esencias, buscan limpiar las energías negativas y abrir paso a un nuevo ciclo. De igual manera, la quema simbólica de papeles con deseos o experiencias negativas refleja la necesidad de cerrar etapas. En paralelo, la figura del Ekeko —símbolo andino de abundancia— sigue ocupando un lugar central en muchos hogares, reafirmando la fusión entre herencia ancestral y vida cotidiana.
Más allá de las creencias individuales, estas expresiones revelan una constante: la necesidad colectiva de esperanza. En un contexto marcado por desafíos económicos y sociales, las cábalas funcionan como un ritual de renovación emocional. Así, cada fin de año, el Perú reafirma su identidad cultural a través de gestos que, más allá de la superstición, reflejan el deseo compartido de comenzar de nuevo.
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