En medio de la crisis diplomática entre Perú y México, Keiko Fujimori, lideresa de Fuerza Popular, viajó este 7 de noviembre a la nación azteca. Su salida fue confirmada por su registro migratorio y por una publicación en redes sociales, donde se le ve en la Basílica de Nuestra Señora del Carmen, un importante santuario católico.
El desplazamiento ocurre pocos días después de que México concediera asilo político a Betssy Chávez, excongresista acusada de rebelión por el intento de golpe de Estado del 7 de diciembre de 2022. El hecho generó un fuerte intercambio diplomático entre ambos países.
Desde el Congreso, la bancada fujimorista respaldó la declaración de persona non grata contra la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum. El bloque naranja fue uno de los más críticos con la decisión del gobierno mexicano y pidió una postura más firme frente a lo que consideran “una injerencia política en los asuntos internos del Perú”.
Mientras tanto, la Cancillería peruana, encabezada por Hugo de Zela, informó que consultará con la Organización de Estados Americanos (OEA) los alcances de la Convención de Caracas sobre asilo diplomático. “Buscamos evitar que esta figura se convierta en un mecanismo de impunidad”, señaló el comunicado oficial.
El viaje de Keiko Fujimori a México se produce en un contexto de alta sensibilidad diplomática. Con el país dividido entre la presión del Congreso y la cautela del Ejecutivo, cada movimiento político adquiere un significado estratégico. En ese tablero, la visita de la lideresa fujimorista reaviva la discusión sobre los límites entre la fe, la política y la diplomacia.
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