A sus 17 años, Sebastián Lozada Gálvez hace historia. El joven peruano obtuvo la medalla de oro en la Olimpiada Internacional de Matemática (OIM), consolidándose como uno de los talentos más prometedores del país. Con una sonrisa contenida y voz segura, Lozada declaró: “Perú está alcanzando el nivel de las potencias”, al referirse al desempeño de la delegación nacional, que sumó además otra medalla de oro, una de plata y dos de bronce.
Sebastián, alumno del colegio Saco Oliveros y vecino de Villa El Salvador, reveló en entrevista con La República que su camino hacia el oro comenzó desde la primaria, cuando descubrió su afinidad con los números. Su madre, María Gálvez, recordó entre risas y asombro cómo su hijo la superaba fácilmente en cálculos desde niño. “Él era matemático y yo no me daba cuenta”, confesó.
Disciplina, viajes largos y una meta clara
Lejos de rendirse ante los obstáculos, Sebastián enfrentó cada día un viaje de más de tres horas (ida y vuelta) para llegar a su colegio en Jesús María. “Tomaba mototaxi, tren y colectivo. Lo hago de lunes a sábado”, explicó, sin quejarse. La distancia no lo detuvo; al contrario, reforzó su disciplina. En lugar de fiestas, elegía resolver ejercicios antiguos de olimpiadas y asistir a clases extra.
El esfuerzo rindió frutos. Antes de esta medalla de oro, ya había obtenido logros nacionales en el Concurso Nacional de Matemáticas (CONAMAT), donde se coronó campeón en dos ocasiones consecutivas. El apoyo familiar fue clave: sus padres gestionaron tutores particulares, organizaron sus entrenamientos y financiaron los desplazamientos. “Mi madre siempre estuvo ahí, y mi padre también, haciendo todo lo posible”, destacó.
Mirando al futuro: MIT y docencia
Ahora, Sebastián no se conforma con la victoria. Planea postular a universidades de élite como el Massachusetts Institute of Technology (MIT), donde sueña con estudiar Matemáticas. Aunque también considera la Ingeniería Mecatrónica, su corazón ya eligió: “Las matemáticas me apasionan. Me hacen sentir que soy capaz”, aseguró.
Además, cultiva una vocación paralela: enseñar. Su madre reveló que suele dar clases particulares gratuitas a compañeros o vecinos. “Tiene una paciencia increíble. De verdad, lo suyo también es la docencia”, contó con orgullo.
Sebastián también agradeció a su colegio, al tutor y al líder de la delegación peruana por el respaldo académico y emocional. “Defendieron cada punto y siempre cuidaron de nosotros”, comentó. Con humildad, talento y un futuro prometedor, este joven se convierte no solo en un orgullo nacional, sino también en un ejemplo de perseverancia y vocación.
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